Irlanda hizo un partidazo, al vencer sobre la hora 2×3 ante Hungría en el Ferenc Puskás Stadium de Budapest, para acceder al repechaje al Mundial 2026.
El encuentro no pudo empezar mejor para los locales. A los tres minutos, Dominik Szoboszlai sacó un centro precioso y Daniel Lukacs, volando de cabeza, marcó el 1-0 para desatar la locura en un estadio que ya soñaba con el repechaje.
Pero Irlanda no llegó a Budapest para ser espectadora. A los 11’, Chiedozie Ogbene fue derribado en el área y Troy Parrott transformó el penal en el 1-1, encendiendo una chispa que luego se convertiría en incendio.
Aun así, Hungría volvió a ilusionarse gracias a una obra de arte: al minuto 37, Barnabás Varga bajó la pelota con el pecho y sacó un zurdazo perfecto desde el borde del área para el 2-1. El estadio explotó. La clasificación estaba ahí, al alcance de la mano.
En el complemento, Hungría controlaba el partido con un Szoboszlai imperial, mientras Irlanda empujaba con alma y vida. A los 74’, Roland Sallai casi sentencia el duelo, pero Caoimhín Kelleher se vistió de héroe con una atajada espectacular que mantuvo vivos a los visitantes.
Ese fue el presagio. Irlanda, que necesitaba ganar sí o sí, encontró el empate a los 79’ con una joya: Finn Azaz metió un pase filtrado perfecto y Parrott definió con una vaselina suave para el 2-2. Silencio total en Budapest. El miedo empezó a flotar en el aire.
Pero nadie, absolutamente nadie, imaginaba lo que vendría después.
Con Hungría ya aferrándose al empate que le daba el repechaje, Irlanda se lanzó con todo, empujada por la desesperación y el orgullo. Y en el minuto 96, cuando el partido agonizaba y el Puskás Stadium contenía la respiración, Troy Parrott —el hombre de la noche— se metió entre los centrales y punteó el balón para el 3-2 definitivo.
Un gol que rompió corazones, que hizo temblar Budapest y que quedará grabado para siempre en la historia del fútbol irlandés. Hungría cayó de rodillas. Irlanda rugió. Y el repechaje cambió de dueño en la última jugada.
Una remontada legendaria. Un final imposible de creer. Un partido que será recordado por generaciones.

